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 HIRU, ¿es realmente una editorial?

Conferencia pronunciada por Eva Forest durante los Askencuentros del año 2004

Es de mucho agradecer que se nos haya invitado a participar en estos Encuentros en los que creadores y activistas de distintos medios alternativos de comunicación y de información han venido a contar sus experiencias.

Siempre hemos pensado que el intercambio del hacer práctico era una forma muy viva y estimulante cuando se trataba de transmitir experiencias concretas, porque es precisamente ahí, en el campo de la actividad que uno hace con gusto, donde se generan nuevas y muy fructíferas ideas que se abren camino y progresan en la medida en que responden a la filosofía de que todos tenemos mucho que aprender y algo que enseñar. Cosa muy importante para el estímulo.

Hemos leído en el programa de estos Encuentros que HIRU figura como una editorial pero, la verdad, es que no estamos seguros de que lo sea.

De hecho, cuando al principio de esta compleja y un tanto extraña aventura le pedimos asesoría a un amigo “experto” en eso que se llama la pequeña empresa, el amigo, después de bucear en nuestra precaria economía y explorar los planes de publicaciones que teníamos anotados y llenos de dudas, nos aconsejó cariñosamente que antes de embarcarnos definitivamente en el asunto nos lo pensáramos un poco, dándonos a entender con delicadeza que HIRU no sería nunca un negocio.

Como el negocio no era lo que nos movía, hicimos caso omiso de su opinión y aceptamos el reto de seguir, pese a las dificultades y a las duras perspectivas que nos auguraban no sólo él sino también los “entendidos” que, a la hora de dar su parecer, resultaron ser muchos.

Y nos parece importante subrayar este aspecto ahora, varios años después porque, de haber hecho caso a las sensatas recomendaciones, hoy HIRU no existiría.

Así que fue la obstinada insistencia y el empeño en seguir, por encima de todo, nuestra primera victoria.

Victoria que siempre ha sido contemplada desde la distancia y con una cierta sonrisa despectiva por observadores escépticos que nunca han dejado de ver en ello una loca y descabellada aventura romántica.

Mirándolo bien, romántica en el más amplio sentido de la palabra, sí lo era, y lo sigue siendo.

Proponerse a estas alturas de la economía neocapitalista de mercado, en un pequeño país sometido a un estado y que en última instancia depende del gran imperio de los Estados Unidos, proponerse crear ahí, de buenas a primeras, en la vieja Europa caduca y degradada, en la que sus moradores engreídos se consideran de vuelta de todo y no cree en nada, proponerse crear aquí un espacio de publicaciones que ayuden a entender mejor el mundo, un foco de luz en medio de tanta confusión, no deja de ser un quijotesco gesto que casi roza el absurdo.

Para entender un poco la rara experiencia que traemos tendríamos que pararnos a considerar el medio en el que se fraguó y el ambiente que se respiraba por aquel entonces: un clima muy desfavorable para el crecimiento espiritual que necesitábamos algunos. El panorama cultural era pobre, chato y desértico, cuando nosotros empezamos a formular la posibilidad de editar libros. En realidad, la idea hacía mucho tiempo que nos rondaba. Nos atreveríamos a decir que era un sueño desde la infancia, una especie de carencia cultural de aquella post guerra tan huérfana de libros y de maestros. Teníamos necesidad de hacer algo en este sentido aunque no terminaba de concretarse.

Sin apenas dinero, carentes de experiencia, el camino se presentaba como una gran aventura en la que tendrían mucho que ver las relaciones humanas, el trueque, la concepción del mundo, el amor a la humanidad y una serie de valores un tanto relegados hoy en día y que no suelen aparecer por ninguna parte, pero si teníamos bastante claro que el libro no era una mercancía más sino un arma muy poderosa con la que ganar parcelas de conocimiento y libertad. Destacaban algunas necesidades.

Entre las necesidades primordiales y más definidas, estaba la de editar la voluminosa y tan diversa obra del escritor Alfonso Sastre que, prácticamente, no se podía encontrar.

Algunas de sus piezas teatrales circulaban en fotocopias y se vendían a precios muy elevados a los estudiantes que preparaban tesis. El ensayo permanecía casi todo inédito y los pocos volúmenes que se habían editado hacía años, pese a las reediciones que se hicieron de ellos en su momento, se habían agotado también. Pasaba lo mismo con la narrativa; no había manera de encontrar un ejemplar de Las noches lúgubres, relatos de terror publicados con gran éxito en cinco editoriales distintas y agotados todos; ni ejemplares de Flores rojas para Miguel Servet, ni de sus libros de poemas, ni del extraordinario y original libro Lumpen, marginación y jerigonza. Se puede decir sin ninguna exageración que en 1990, Sastre había desaparecido del panorama de las letras. españolas.

Era una situación muy paradójica. Mientras que para los estudiosos de Alfonso Sastre estaba considerado una de las figuras más importantes y significativas del teatro español contemporáneo, sus libros teóricos y sus dramas –más de cincuenta en aquellos momentos-no estaban en ninguna parte, incluidas las bibliotecas. ¿Cómo había llegado a producirse tal situación? En este sentido, Sastre es un buen ejemplo de cómo ocurren las cosas en determinados momentos de la política cultural controlada por una mediocre administración.

Autor muy censurado durante la dictadura –son muchos los libros que se han publicado sobre el caso-, perseguido y encarcelado por sus ideas durante el franquismo, cabría esperar que a la muerte del dictador y el inicio de una frágil “democracia”, la suerte cambiara para él. Pero no fue así.

En la medida en que Sastre no aceptó la sumisión debida y abogó siempre, a la hora de la transición, por una ruptura que pudiera posibilitar una real democracia, fue cayendo en sospechas y en desgracias cada vez más visibles. Sus colaboraciones en el diario El País, en el diario El Mundo, en otra prensa, fueron lentamente eliminadas. Empezaron a circular mentiras, tergiversaciones de sus escritos, algunas sutiles y otras más burdas calumnias para demonizar y crear opinión adversa. Hombre sospechoso, hombre peligroso, puede que hasta terrorista, la imagen fue calando en quienes tenían decisión administrativa para la enseñanza y una nueva forma de censura, a la democrática, se encarga de marginarlo en los libros de texto. A Sastre, salvo raras y saludables excepciones, se le deja de estudiar en las escuela. Tampoco ahí existe.

Podríamos ilustrar lo dicho con una serie de ejemplos concretos que recorrerían la amplia gama de muchos intelectuales que dóciles se arriman siempre al poder, desde profesores de instituto y de universidades que le ignoran y le soslayan en silencio, hasta voces públicas y serviles, como la del escritor Molina Foix que declara muy alto, sin pudor alguno, que el nombre de Alfonso Sastre se tiene que eliminar de las antologías.

Fue en este contexto de bloqueo y censura de un escritor, cuando HIRU hizo su primera aparición con cinco obras de teatro anunciando que, en breve, publicaría La Biblioteca ALFONSO SASTRE, en donde estarían recogidas todas las publicaciones que, por aquel entonces, alcanzaban más de cien volúmenes.

Fue una salida un tanto temeraria porque no teníamos ni idea de dónde íbamos a sacar el dinero, pero era una respuesta que nacía así, como tantas otras de HIRU, de un sentimiento de injusticia y de indignación y que marcaría, sin que nos lo hubiéramos propuesto, la dinámica de las publicaciones futuras.

Por estas fechas, diciembre de 1993, se cumplían los veinte años del atentado de ETA al almirante Carrero Blanco y nosotros teníamos el libro que recoge, de viva voz, el testimonio de aquella acción narrada por sus autores. Creamos la colección DELTA y el número uno fue Operación Ogro, que en la Feria de Durango resultó ser uno de los libros más comprados por la juventud. Eso nos dio un respiro económico para seguir editando. Creamos, casi a la par, la colección SEDICIONES, pensando en esos materiales de urgencia para llamar la atención sobre problemas de nuestro tiempo: la tortura, por ejemplo; o las múltiples formas con las que los pueblos se resisten a sucumbir y en la pelea van creando estructuras y construyendo un mundo mejor.

Teníamos proyectadas varias colecciones más pero, afortunadamente las paramos. Eso de las colecciones tenía que someterse a crítica.

En la medida en que eran temas muy diversos los que queríamos editar, y en la medida en que, por otra parte, había una gran interrelación y cada vez constatábamos que “todo tenía que ver con todo”, crear parcelas estancas podía llevarnos a una catalogación reductora y contraria a la visión global que pretendíamos abarcar.

Muchas veces, ante determinados libros nos preguntábamos con grandes dudas: ¿Dónde encaja esto? Y no era fácil la elección. La estética de la resistencia una de nuestras joyas, que esgrimimos con tanto orgullo, considerada como una novela por su autor Peter Weiss, ¿en dónde colocarla? La publicamos en LAS OTRAS VOCES, pero pudiera haber ido en PENSAR porque en Alemania se hacen seminarios sobre ella, pero es que, además, es historia.

Los libros que nos llegaban eran de lo más diverso y los que nos interesaban también. Estaba cada vez más claro que no íbamos a especializarnos en un tema aunque sí nos decantábamos hacia la denuncia de la manipulación y la mentira mediática.

Por el momento, hemos decidido que nuestra especialización es estar a la altura de los acontecimiento de nuestro tiempo.

La propaganda es algo que no sabemos hacer muy bien. Cuando hay una mínima posibilidad traemos a los autores para que den conferencias en ateneos, en la universidad, en casas de cultura. Allí se habla del tema y es una ocasión para dar noticia de un libro que, por lo general, el que acude ya ha leído. Siempre que el autor lo quiere –y nosotros insistimos en ello- es él mismo quien organiza y prepara estos encuentros.

La página web sirve, es un buen escaparate. Decidimos emplear todos nuestros recursos económicos en hacer un buen catálogo y ha surtido su efecto.

Después de comentar lo sucedido con las colecciones LAS OTRAS VOCES, PENSAR y SKENE, hemos decidido no hacer más colecciones.

Junto a esta necesidad de enfrentarnos a la obra de Sastre, sentíamos otra muy acuciante que afectaba a la lengua de nuestro país. Nosotros no publicamos en euskera pero, dado que íbamos a disponer de una editorial, sí queríamos participar en potenciarlo.

Para ello creamos la colección MILIA LASTURKO, nombre de una escritora medieval euskaldun, de mucho relieve que nos facilitó el buen amigo Edorta Jiménez. A través de ella daríamos a conocer, traducidos al castellano, un panorama de jóvenes escritores contemporáneos. Teníamos ya casi apalabrado el primer libro: No soy de aquí, del escritor Joseba Sarrionandia, lo cual suponía ya un magnífico comienzo.

Hay que señalar que era un momento difícil para las traducciones. Muchos escritores tenían dudas: ¿dejarse traducir al castellano? ¿Negarse? Predominaba negarse como reafirmación de la lengua. Había bastante polémica. Personalmente visité a Joseba en la cárcel de Martutene, pocos días antes de su fuga. Hablamos de esto y de la dimensión política, y estuvo de acuerdo en la publicación. Con él iniciamos la serie. Fue un gran paso porque en el terreno práctico se acabó con el argumento de muchos distribuidores del estado que llamaban literatura regional a los libros en euskera. Ahora quedaba claro que el euskera era una lengua, como el francés, como el castellano, como el inglés, y eso nos permitía hablar de la gran represión que durante años había sufrido la cultura vasca. Eran los comienzos y estaba todo por hacer. No existían ayudas económicas para las traducciones. El Gobierno vasco las tenía para publicaciones en euskera, pero no para traducir. Sacamos los libros sin ayuda, batallando con las bibliotecas para que nos compraran ejemplares, y dando también nuestra pequeña batalla para que colaborara la Administración, cosa que conseguimos después de cuatro años.

Si el libro de Sarrionandia fue muy importante a la hora de conseguir autores que se dejaran traducir al castellano, el libro del filósofo José Azurmendi Los españoles y los euskaldunes, fue decisivo para quienes se interesaban por la cultura vasca. Profesores de muchas universidades catalanas, vascas, valencianas, gallegas, españolas; antropólogos, lingüistas, empezaron a pedirlo y nos dimos cuenta de que era un instrumento valiosísimo para comprender las raíces de eso que se ha dado en llamar el problema vasco. El libro, publicado en euskera por la editorial Elkar, llevaba ya seis ediciones cuando lo tradujimos. Es uno de los grandes libros que tenemos en el catálogo y hace poco ha pasado a tener la categoría de “libro solidario”, es decir: libro que genera ganancias y cuyos derechos se destinan a la publicación de otros.

Para que se comprenda el estilo de nuestra editorial, o lo que sea, la venta de estos libros que, por lo general, se hacía en las ferias, iba acompañada de una propaganda un tanto chocante para quienes se acercaban al escaparate de la caseta: “Si usted sabe euskera, aunque sea poco, no compre este libro. Siempre es mejor el original”. Algunos se sonreían, pero cumplía su efecto y se dirigían a buscarlo. Se trataba de eso, de potenciar, desde nuestra modesta influencia, la lengua del país. No de vender.

Con los años, se consiguió que el Gobierno Vasco estableciera una ayuda periódica para las traducciones y muchas editoriales ya traducen ahora a sus autores. El camino quedaba abierto para otros que vendrían detrás y que lo harían mejor y en mejores condiciones. Nos pareció que había llegado el momento de cerrar la colección. Habíamos dado a conocer a 15 magníficos escritores contemporáneos, algo era algo. A partir de entonces, a los autores vascos que traducimos, los incluimos en la colección FICCIONES.

El tercer aspecto que nos preocupaba era más complejo porque era menos concreto y abarcaba muchos campos. Queríamos poner al alcance de los que empezaban a ser nuestros lectores, algunos textos fundamentales que analizaran la sociedad neocapitalista que nos estaba engullendo. Recoger análisis puntuales, de aspectos que directamente nos concernían, que aparecían aquí y allá, en la vida cotidiana y que, por el momento nos ayudaran a comprender la gran confusión envolvente. Voces nuevas, que reflejaran la realidad de otras áreas del mundo, que trajeran lenguajes nuevos, que dijeran  cosas profundas de una manera sencilla y comprensible, que aportaran sólidos argumentos, desmontando esquemas y tabúes, voces que abrieran perspectivas ensanchando el mundo y dando esperanza. Queríamos que se supiera de la existencia de James Petras, de Michael Parenti, de Jacques Pawels, de Noam Chomsky, sobre todo, a quien habíamos conocido en California, en una de sus conferencias magistrales en la UCLA y con el que habíamos cenado en una velada muy entrañable, con sus jóvenes editores que acababan de crear una editorial alternativa muy pequeña. Por aquel entonces los ensayos políticos de Chomsky no estaban publicados en Europa, en donde se le conocía tan sólo como lingüista y por su librito El compromiso de los intelectuales, publicado durante la guerra del Vietnam.

Ya habíamos hecho un intento de traerlo a Euskal Herria a principios de los ochenta, cuando le dedicamos un número completo de la revista Punto y Hora, que convertimos en una imitación de la revista Time y que a él le hizo mucha gracia.

Todos ellos eran autores desconocidos en su propio país, donde para conseguir un librito de Chomsky tuvimos que recorrernos todas las librerías de Los Angeles hasta dar con un puestecito alternativo, cerca de la playa. Así estaban estos intelectuales críticos, ignorados y arrinconados en su propia casa. Y nos parecía muy importante que se supiera., que se tuviera noticia, en fin, de que en los EE.UU. también había personas preocupadas por los mismos problemas y que era importantísimo conectar con ellas.

Todo esto ocurría aproximadamente a finales de los ochenta. En Euskal Herria había una fiebre internacionalista. Se formaban grupos solidarios, brigadas que partían hacia Nicaragua a colaborar con la revolución sandinista. Se hablaba de internet y se hacían esperanzadores planes para el futuro.

Puede considerarse que es a partir de entonces cuando Hiru despega con mayor impulso. Por estas fechas cayó en nuestras manos ¡Ojo con los media!, un libro que denunciaba con gran sencillez la manipulación informativa tomando como ejemplo la reciente guerra del Golfo, que tanto nos había impactado. Venía a explicar cómo la mentira formaba parte de la información cotidiana y nos daba abundantes datos muy reveladores. El libro había tenido un gran éxito en Francia. Su autor era un belga que se llamaba Michel Collon, que nos recordó que se había manifestado en las calles de Bruselas para pedir nuestra libertad cuando Franco nos encarceló y que pronto pasaría a ser un buen amigo de HIRU. Le escribimos, adquirimos los derechos y, pensando en el tema, creamos la colección INFORME, cuyos tres primeros volúmenes fueron: Dispersión, que daba noticia de la penosa situación de los presos políticos vascos en las cárceles de alta seguridad del estado, sometidas a la política de dispersión, creada en 1987, bajo la filosofía de “reinserción o muerte”. Un libro sobre el SMO (servicio militar obligatorio) en el ejército. Y el tercero, el ya citado sobre los media, que tradujo una de las tres compañeras y que ha sido uno de los más reeditados.

Entonces, como ahora, lo hacíamos todo en casa: la maquetación, el diseño, las portadas, las correcciones, los fotolitos, la promoción, las ventas.

Casi no teníamos distribuidores. Cuando veían que éramos una editorial pequeña, cuando veían la temática de los libros, su tamaño de bolsillo y que no teníamos ningún best seller, no nos aceptaban. O nos ofrecían un bajísimo porcentaje en las ventas que nuestra dignidad no podía aceptar. Comprendimos pronto que, de no ser en casos muy excepcionales, en el futuro habría que prescindir de ellos. Fue entonces cuando Eva Sastre creó una bellísima y ágil página web, a manera de gran escaparate y que tanto ha contribuido a la difusión y las ventas.

También muy pronto nos dimos cuenta de que no teníamos nada que ver con eso que llaman “la profesión”. No es un desprecio hacia los profesionales, al contrario, les tenemos un gran respeto, sólo que aquella profesión suya no nos servía a nosotros para el trabajo nuestro que estábamos aprendiendo hoy, a partir de nuestras necesidades y a la medida del momento.

No sabíamos nada y hubo que empezar de cero. Cometer errores y aprender de ellos. En algunos momentos nos sentimos muy solos. Fue al principio, con las pequeñas batallas que tuvimos que librar con los “profesionales amigos”.

Todo lo que les mostrábamos les parecía mal, que si el formato pequeño, que si la letra, poco clara, que si las tapas blandas, que si las portadas feas, que si el papel fino. Todo se encaminaba a hacernos desistir, a que renunciáramos a cualquier renovación. Hubo un conocido profesional que, amablemente y lleno de buenas intenciones, se ofreció a darnos un curso en su taller. Nosotros no salíamos de nuestro asombro: todos median por el mismo cliché conservador, atrapados por la misma rutina de años y se resistían a cualquier innovación que les apartara de aquello.

Aferrados a lo más conservador y tradicional, cualquier ruptura les asustaba. Desde los primeros momentos empezamos a recibir críticas muy desmoralizadoras. La gran suerte fue que todo lo habíamos diseñado, pensado y hecho con amor en el improvisado taller y no era fácil hacernos desistir.

Como nos gusta leer y que los lectores se sientan cómodos leyendo, diseñamos un libro sencillo, pequeño, flexible, cómodo de transportar. Tratamos, además, de que fuera bello, no tan bello como hubiéramos querido, pero agradable al tacto y cálido.

Ese sentimiento de soledad pesaba mucho al principio. Sentíamos que nuestra actividad se estaba desarrollando en un medio hostil, no en un país en donde estuviera en marcha un proceso estimulante. Teníamos que prepararnos para ello: situarnos.

Habíamos elegido un país capitalista de Europa, con gentes que se consideran superiores y miran al llamado tercer mundo por encima del hombro; gentes engreídas que se creen ciudadanos libres y que no tienen ningún pudor en estar llamándose continuamente “nosotros los demócratas”. Y era precisamente ahí donde teníamos que movernos.

Editar no parecía difícil porque dependía de nuestra elección. Lo complicado era cómo hacer llegar lo editado a manos del lector adecuado, cómo conseguir que se interesara y que el interés despertado le moviera a recomendar lo leído.

No había planes, pero teníamos pasión por lo que hacíamos. Y había necesidad. Necesidad de hacer algo, de llegar pronto a donde se hace algo.

Esa fue una etapa de mucho aprendizaje. La experiencia que adquiríamos con la práctica cotidiana rompía tópicos y tumbaba esquemas: No era cierto que fueran feos los libros, al público le gustaban, sobre todo a los jóvenes, que los veían muy prácticos. Los grandes escritores no era cierto que fueran inasequibles; uno podía dirigirse directamente a ellos y le contestaban y eran amables y sencillos. Lo que entorpecía la relación eran los intermediarios, como siempre. El tópico de que el teatro no vende cayó por su propio peso en cuanto publicamos la colección SKENE.

Esta colección nació también como una necesidad debida a la demanda. Habíamos llegado a pensar, como tanta gente, que el teatro, siendo tan importante, se leía poco. Y sin embargo no sólo tiene un público muy fiel sino que hay gente que prefiere leer teatro a verlo representado. Cuando creamos la colección la idea era dar a conocer en ella a autores nuevos. Pero los autores nuevos, al no ser conocidos, aunque sean buenos los compran poco. Decidimos dar un amplio panorama del teatro contemporáneo y mezclar cada dos o tres clásicos contemporáneos con un desconocido. Y así ha quedado la colección que, por cierto, tiene compradores muy fieles.

Los libros, en su gran mayoría los vendíamos directamente en las ferias.

En las ferias se aprende mucho. A veces se convierten en una fiesta. Hay un trato directo con los lectores, que se expresan con libertad, que dan sus puntos de vista. Se intercambian  gustos, ideas, sugerencias. Se detecta el momento social que se vive, las inquietudes, la falta de ellas.

Ocurre también que nuestros libros, al no estar en otros puestos, llaman mucho la atención del que mira, tienen un formato característico, un estilo propio y sus títulos resultan atractivos. Son libros distintos a la mayoría de los libros que ofrecen las tiendas del mercado. Vendíamos bastante bien. A veces nos daba hasta vergüenza hablar de ello porque podía dar la impresión de que queríamos alardear. Pero era cierto que vendíamos bastante más que otros y eso nos reafirmaba en que habíamos elegido bien.

La editorial iba creciendo a trompicones, a sacudidas, como reflejo de las sacudidas sociales que ocurrían alrededor.

Empezó desde el desorden y fue creciendo de la misma manera. Es un desorden controlado, no más desordenado que el desorden del mundo que nos rodea. Y es precisamente en este continuo ordenar y desordenar donde caen en nuestras manos algunos libros extraordinarios que escapan de lo cuidadosamente seleccionado.

En 1984, en una universidad de los EE.UU., descubrí un libro que me entusiasmó: La otra historia de los Estados Unidos. En él, la exquisita sensibilidad de un historiador como Howard Zinn nos cuenta una historia inédita de aquellos pueblos que no conocíamos. Nos descubre una Norteamérica nueva, real, la historia de los pueblos que la formaron, de sus luchas sindicales, de sus huelgas, del genocidio que cometieron con los indios, con los mexicanos, con los negros.

Era un libro revelador y estimulante y, en cierto modo, pensando en este libro, se sentía de nuevo la necesidad de tener una editorial. Traje conmigo varios ejemplares y traté de gestionar la publicación con algunas editoriales progresistas, pero ninguna se interesó: Era un libro largo, su autor no era conocido, los EE.UU. quedaban muy lejos y no interesaban.

En 1985, aprovechando una pequeña cantidad de dinero que nos entró, consideramos que nosotros mismos podíamos correr el riesgo y lo afrontamos sin ayuda económica de ninguna clase, a base de voluntad y de mucho trabajo solidario. Fue ahí cuando nació la colección LAS OTRAS VOCES, una colección encaminada a desmitificar la historia oficial que circula.

Cuando nos visitó Howard Zinn, en los 90, en su presentación en el Ateneo de Madrid y en un centro de obreros parados de Leganés, yo se lo dije: “Usted es responsable de que exista HIRU. Puede decirse que nuestra editorial en parte ha nacido de la necesidad de publicarlo a usted”. Y le dimos las gracias. Y él, con su sensibilidad exquisita, dijo que si teníamos paciencia iba a decirnos unas palabras en su mal castellano. Y fue muy emocionante lo que les dijo a los obreros. Al regreso a los EE.UU. no quiso cobrar los derechos de aquella edición y los empleamos en los libros solidarios. Esta es nuestra relación con los autores.

La editorial siempre ha sido desbordada por los acontecimientos. Sus publicaciones siempre han ido a caballo de imprevistos que surgían y era urgente atender. Se diría que son los libros mismos los que nos empujan, los que nos apremian, los que nos exigen ser publicados.

Esa presión no deja de ser un peligro que debemos combatir. Publicar demasiado aunque tuviéramos dinero sería un error. No sería bueno que creciéramos en cantidad. Nuestro crecimiento debe dirigirse hacia la calidad y la maduración: seleccionar textos muy estimulantes en todos los sentidos. Textos eficaces contra el peligro de la anestesia.

Podríamos seguir hablando mucho de nuestras experiencias, pero sería largo. Si quieren, ustedes me preguntan luego...

En nuestro catálogo se dice que HIRU es una editorial independiente. Es sólo verdad en parte porque independencia no hay mucha en este sistema tan controlado en el que vivimos. Digamos que es una editorial que trata de mantenerse independientes dentro de lo posible. A la hora de la verdad pedimos a la Administración todas las ayudas económicas posibles porque consideramos que tenemos derecho a ellas, pero no determinan la publicación. Si nos las niegan y los libros son importantes, no por ello se quedan sin salir. Por el contrario nunca publicaríamos un libro a cambio de que su autor se lo financiara. Es una cuestión de principios.

Este deseo de estar allí donde ocurren las cosas, es una de nuestras característica(s). Estar allí no sólo para informar, para dejar constancia de lo que se ve sino, y sobre todo, para intervenir y ver de una manera práctica.

Es así cómo desde los primeros momentos de la mal llamada Guerra del Golfo, estuvimos junto al pueblo de Iraq y hemos viajado tres veces a aquel país.

En enero de 1990, cuando amenazaban con bombardear la parte histórica de Bagdad fue cuando escribimos el libro Iraq, ¿un desafío al nuevo orden mundial?, en el que se recoge cuál era la situación de Iraq en el momento en que se pone en marcha la maquinaria destructora del imperialismo empleando todo su potencial de altísima y sofisticada tecnología para hacerlo regresar a la era pre-industrial -como harían después en Serbia. “Si no hubiera leído este libro no habría entendido nada de Iraq”, me dijo una redactora de La Jornada en México, y era verdad. Es difícil entender lo que allí ocurrió, la entraña tan perversa de un sistema imperial que genera todo tipo de horrores, de destrucción y de muerte. Hoy, de aquel Iraq que recoge el libro ya no queda nada. Está totalmente borrado de la geografía y de la memoria para que el genocidio sea completo.

En 2002, viajamos  con una misión científica que recorrió todo el país, desde Basora a los pueblos del Norte viendo los desastres del uranio empobrecido y sus efectos genéticos sobre la infancia, y en 2003, poco tiempo antes de la gran invasión. Hemos estado con sus niños, nos hemos traído sus dibujos, sus juguetes. Hemos estado con sus escritores, algunos de los cuales hemos traducido y publicado en solidaridad. Tenemos grandes amigos en la resistencia y sabemos que defendiendo su dignidad el pueblo iraquí está defendiendo la nuestra y la dignidad del mundo entero.

Este foco nuestro de publicaciones, editorial o lo que sea, no ha surgido de la nada. Era algo que bullía en nuestras mentes desde antiguo. Venía de siempre acumulando experiencia y sueños. Es así como ya estábamos en ello mucho antes de crear la editorial, con ese proceso de humanización que se inició en Cuba hace más de cuatro décadas y del que tanto aprendimos y sobre el cual no hemos dejado de publicar trabajos, como la riquísima experiencia –única en el mundo occidental- que se está llevando a cabo sobre la democracia participativa, parte de la cual se recoge en el libro Cuba y la lucha por la democracia de Ricardo Alarcón. O las numerosas y originales experiencias sociales del movimiento popular en Venezuela.

Lo hemos repetido infinidad de veces. No queremos ser una editorial al margen, ni tampoco de elite. Nos gustaría ser un punto de referencia. Y no sólo un punto, sino muchos puntos. Que surgieran numerosas y diversas editoriales con objetivos parecidos que llenaran espacios y desplazaran el vacío que nos rodea. Crear clima de discusión y debate.

La práctica que llevamos es muy gratificante y a veces tranquiliza mucho nuestras conciencias. Nos creemos que estamos haciendo algo importante para la humanidad y respiramos hondo, cómodos, acomodados. Ese es otro peligro. Hacer libros es un granito de arena en este universo de horrores. No es suficiente.

Tenemos también frustraciones.

Cuando vamos a nuestro despacho, que es la antesala del almacén, nos sorprendemos siempre de la aglomeración de papeles, de libros, de carpetas y de su desorden. Hay que caminar despacio, dando saltitos y manteniendo el equilibrio. Nuestro almacén se asemeja mucho al de algunos ultramarinos en el que se apilan productos de todas partes del mundo: Libros de poemas, denuncias, testimonios, mensajes de amor, gritos de socorro, de alarma, de alegría. Voces humanas que nos quieren transmitir mensajes, Gritos de gentes que tiene mucho que gritar, pensamientos originales, gritos y más gritos que nos gustaría dar a conocer para que se encontraran los unos con los otros y vieran que no están solos, que tienen eco, que muchos gritos hacen un fajo y que todos juntos son una gran fuerza.

Otra de las grandes frustraciones, viendo el interés de algunas gentes por la lectura, es el precio. Nuestras ediciones no son muy grandes porque siempre preferimos ir editando según las necesidades. Eso encarece mucho el libro. No hay nada que nos duela más que devolver un manuscrito sin haberlo leído. Da la impresión de que nos desprendemos de algo que seguramente era muy valioso, uno se imagina al autor decepcionado, de regreso a su casa, renunciando tal vez para siempre a un gran proyecto frustrado.

En cuanto a los resultados económicos, es evidente que una persona de negocios no hubiera apostado nunca por HIRU; no sólo no era negocio sino que más bien podía considerarse una ruina. El hecho de no tener dinero era lo único que impedía que lo perdiéramos. Pero la solidaridad ha estado presente muchas veces sin que fuera necesario recurrir a ella. El libro, insistimos, no es una mercancía más. Su precio no se puede valorar en dinero sino en riqueza de conocimiento que ensancha horizontes y sólo se paga haciendo partícipes a otros de la misma necesidad. En ese sentido nos consideramos ricos, no en dinero pero sí en amigos.

Ahora que ya son más de trescientos los libros publicados en el catálogo, bueno será que nos paremos un momento para considerar lo que esto significa. Trescientos títulos diferentes que puestos sobre nuestra mesa de trabajo forman un pequeño montón, una insignificancia seguramente para una de esas editoriales que hoy monopolizan el mercado, marcan las modas y dictan las leyes, pero para nosotros, que tenemos que abrirnos camino en la selva de la competencia, sin querer competir, ha supuesto algo muy importante: que si esto ha sido posible, otras cosas más difíciles lo serán también.

No vamos a negar que lo que más nos preocupa ahora, pensando en el futuro inmediato, es seguirle el rastro al imperialismo, disecarlo, analizarlo, descomponerlo, ver su estructura violenta, su capacidad de destrucción para la naturaleza y para la vida humana. Es la gran amenaza a la que tenemos que enfrentarnos, el gran monstruo que sólo se podrá destruir con nuestra inteligencia. En eso estamos.

Y el gran laboratorio es Iraq.

Y la gran esperanza América Latina.

Y para terminar:

Tener cerca un compañero como Alfonso Sastre nos ha ayudado en gran manera. No sólo con los consejos, con las largas conversaciones teóricas, de las que aprendimos y aprendemos tanto, sino también como humilde colaborador en la trastienda, escribiendo una nota, buscando una bibliografía, escribiendo sobres, situando a tal o cual autor. Nunca nos ha fallado, siempre ha estado ahí y cuando decimos que la editorial la llevamos tres mujeres: Marilena Castillo, Eva Sastre y Una servidora, nos da un poco de vergüenza. Tres mujeres y él, que es casi una mujer más, cosa que decimos como un gran elogio.

Eva Forest

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