EDITORIAL
HIRU


INICIO

contacto:

Tienda OnLine

DISTRIBUIDORES

CATÁLOGO
general e Isbn

NOVEDADES
AUTORES

TITULOS
 
COLECCIONES:
-Las Otras Voces 
-Informe
-Delta
-Sediciones
-Pensar
-Skene
-BreveSkene
-Hiru-Aske
-Ficciones
-Milia Lasturko
-Otras publicaciones

-
Obras de
Alfonso Sastre:

    Teatro
    Narrativa
    Ensayo
    Poesía

TEMAS
-Comunicación
-Cuestión nacional
-Ensayo
-Historia
-Narrativa
-Política
-
Teatro

sPuede visitarnos
en Facebook


    [libro anterior]                                                                                                                        [siguiente libro] 

                                                                                                                   
COLECCIÓN SKENE

68

"Los últimos días de la Humanidad"

(versión escénica del propio autor)


Karl Kraus

Traductor: Adan Kovacsics


Cuando leemos Los últimos días de la Humanidad, que es un Apocalipsis cómico y patético del horror de la Primera Guerra Mundial, reír es... una forma de llorar y, así mismo y sobre todo, de tomar conciencia de la gravedad de estos problemas; y más cuando se hace una lectura actual de la obra, desde el conocimiento histórico de que la humillación que sufrieron los alemanes en el Tratado de Versalles fue una causa muy importante de que naciera el huevo de aquella serpiente del nazismo que definitivamente estalló en 1939 con el comienzo de unos nuevos “últimos días de la Humanidad” (Segunda Guerra Mundial), que acabaría en el doble espanto de Hiroshima y Nagasaki, ya profetizado de algún modo en la obra de Karl Kraus.
Kraus nos introduce su obra con palabras como éstas: “Los actos más inverosímiles aquí presentados ocurrieron realmente ... Los diálogos más increíbles que aquí se mantienen fueron dichos palabra por palabra ... Dejes y acentos recorren rechinando el tiempo y se van inflando hasta convertirse en el coro de este sacrificio cruento ... La gente que vivió entre la humanidad y la ha sobrevivido termina reducida a sombras y marionetas, larvas y lémures, máscaras de este carnaval trágico...”. ¿De qué se trataba en aquella guerra y en todas las habidas desde entonces? El drama, dice Kraus, “ha sido ideado para su puesta en escena en un teatro del planeta Marte: el público de este mundo no sería capaz de soportarlo”. Porque era “sangre de su sangre”, y el contenido era “el de todos estos años irreales, impensables, inasibles para una mente despierta, años en que unos personajes de opereta interpretaron la tragedia de la humanidad”.

Nº de páginas: 366
PVP:  21  ¬

comprar on-line

____________________

Comentarios sobre la obra

Karl Kraus y los últimos días de la humanidad
Grandes ofertas a las puertas del Juicio Final
Santiago Alba Rico
Rebelión
, 18 dic 2010

He aquí las diez noticias más leídas de uno de los diarios españoles de mayor difusión en un día escogido al azar:
1-Hallan muerto al ex novio de la mujer de Boadilla.
2- Larissa pide a Carbonero que le preste a Casillas.
3- ¿Qué lubricante sexual es el mejor?
4- 'Nuria, ¿qué has hecho? Dicen que te has dopado'
5- El homicida de Olot: 'Ya estoy satisfecho'
6- ¿Por qué no dormir nos hace más feos?
7- ¡Vaya lujo! Chalé en vertical en Arturo Soria
8- Terri Smith, la mujer más gorda del mundo
9- Sara Carbonero por Belén Esteban
10- The Shard, el techo de Europa
La noticia número 11, fuera ya de la clasificación, dice así: “Los últimos días de la humanidad”.

No es ésa, claro está, la undécima noticia, pero podría serlo. Si la humanidad estuviese viviendo sus últimos días y algún periodista considerase que valía la pena avisar al público, el titular produciría el mismo tipo de emoción que la muerte del ex novio de la mujer de Boadilla (que no sé quién es), pero mucho menos intensa. La leeríamos llevados por la misma curiosidad ajena que nos despierta la picardía sexual de Larissa, aunque con menos interés personal. Nos intrigaría saber cuántos días nos quedan de vida, claro, pero no tanto como averiguar el nombre del más eficaz lubricante sexual. El puesto 11, sí, sería el que merecidamente le concederían los lectores, un poco por debajo de la fotografía del rascacielos más alto de Europa y un poco por encima de los datos del paro o del bombardeo de Kandahar. O quizás el 12, si la noticia se publicase en una jornada de liga. Seamos realistas: digamos, pues, el 12. Los últimos días de la humanidad la humanidad los dedicaría a discutir sobre el Balón de Oro, moralizar sobre el embarazo de una pornostar o estremecerse con las declaraciones de la parricida de Lloret de Mar.

Pero una humanidad con semejantes criterios, ¿no está ya en sus últimos días? ¿Perecerá como consecuencia del cambio climático, la crisis capitalista, las guerras y la amenaza nuclear o por su propia indiferencia y banalidad?

¿O será que ya ha perecido?

Se habla de la Viena de Freud y de la Viena de Wittgenstein, pero en realidad la Viena del primer cuarto del siglo XX estuvo dominada, tiranizada, ininterrumpidamente zarandeada -y con ella toda la Europa culta- por Karl Kraus, el hombre al que el poeta Trakl saludaba como “Gran Pontífice de la Verdad” y al que Elias Canetti consideraba, junto a Quevedo y Swift, “el despreciador más imperturbable de la literatura mundial, una especie de fustigador divino de la humanidad culpable”; el crítico jupiterino al que Felix Salten, autor de Bambi, agredió a puñetazos en un café, el judío universal que ya en 1898 condenó por “antisemita” el sionismo de Herzl. Pues bien, Karl Kraus habría visto sin duda en la lista de noticias arriba citada una prolongación monótona de ese nuevo umbral -bostezo enseguida lleno de sangre- que él supo anticipar como nadie en una obra dirigida “a la gente que ha sobrevivido a la humanidad” y que tituló en 1915 -precisamente- Los últimos días de la humanidad.

Karl Kraus era un hombre locuaz. Pronunció 700 conferencias en su dilatada vida pública y entre 1899 y 1936 alumbró 922 números de Die Fackel (La Antorcha), revista emblemática de toda una época que redactaba prácticamente solo y desde la que azotó, a diestra y siniestra, a escritores, periodistas y políticos. Sólo dos veces su locuacidad no encontró palabras o tropezó -más bien- con una palabrería bárbara que tronchaba la raíz misma del lenguaje hasta hacerlo “inutilizable”. En 1914, en medio del patriótico entusiasmo bélico que arrastraba en su torrente incluso a la socialdemocracia germana, proclamó: “El que tenga algo que decir que dé un paso al frente y guarde silencio”. E inmediatamente se puso a escribir Los últimos días de la humanidad, una obra enorme, inconmensurable, excesiva, con tantos personajes que hacen falta 13 páginas para enumerarlos a todos. Veinte años más tarde, con los nazis ya posados sobre Alemania, declaró: “Sobre Hitler no se me ocurre nada”, e inmediatamente se puso a redactar La tercera noche de Walpurgis, obra que el nazismo le impidió publicar. Entre 1914 y 1936, fecha de su muerte, no dejó de llamar la atención sobre lo que acababa de pasar, sobre lo que estaba punto de volver a pasar -a escala ampliada- y lo que sigue pasando -ahora en No mayor. En la Gran Guerra, hace cien años, la humanidad se sobrevivió a sí misma y ya nada puede ocurrirle: “Olvidarán lo sucedido ayer, no verán lo que sucede en el presente y no temerán lo que suceda mañana. Olvidarán que perdieron la guerra, olvidarán que la empezaron, olvidarán que la hicieron. Por eso no acabará”.

“Para los estetas soy un político”, decía Karl Kraus, “y para los políticos un esteta”. Era sobre todo, como decía Benjamin, un hombre que vivía cada instante “a las puertas del Juicio Final”. Y a las puertas del Juicio Final todo era -y es- ruidoso y banal, simpático, divertido, superficial, irrelevante. ¿Qué es la guerra? Una ocasión que hay que aprovechar: los generales para emborracharse e irse de putas; los comerciantes y los taxistas para subir los precios; los curas para agavillar más almas; los periodistas para aumentar las tiradas; los poetas para escribir odas; los banqueros para hacer negocios; los políticos para hacer carrera; los civiles, en fin, para ir al teatro y frecuentar los cafés. ¿Y los cadáveres, los huérfanos, las violadas, los mutilados? Los podéis encontrar en la noticia número 11, o tal vez en la 12, si es jornada de liga o hay boda real. “¡Qué parrandeo! La única diferencia es que ahora estamos en guerra. Si no fuera por la guerra uno hasta creería que hay paz. Pero la guerra es la guerra, y ahora estamos obligados a hacer cosas que antes queríamos hacer”. A los cadáveres, a los huérfanos, a las violadas, a los mutilados, Karl Kraus les dice con sarcasmo: “Es fácil morir por una patria en la que es imposible vivir”.

Los últimos días de la humanidad, lo recordaba hace poco Alfonso Sastre, es la única gran obra satírica antibélica que puede medirse con El bravo soldado Schwejk, del checo Jaroslav Hasek. Al borde del máximo peligro, todo es máxima estupidez; un momento antes del abismo, todo se vuelve caricatura. Karl Kraus concibió su obra como un drama teatral para ser “representado en Marte” y durante años negó su autorización -incluso a Piscator- para que se llevara a escena. Pero luego, angustiado por el ascenso del nazismo, comprendiendo que la Gran Guerra no había terminado y confiando en la eficacia pedagógica y movilizadora del teatro, decidió elaborar él mismo una versión escénica que, por lo demás, sólo sería estrenada en los años 80 en Francia. En 1991 la editorial Tusquet publicó en castellano -con mucho retraso- la obra original; sólo ahora, en 2010, la editorial Hiru nos permite acceder por fin a la versión escénica del propio Kraus, en una excelente traducción de Adan Kovacsics que trasunta de un modo naturalmente bufo las distintas jergas y alófonos de los personajes.

La Primera Guerra mundial empezó en 1914 y cien años después aún no ha terminado. Son los últimos días de la humanidad y hay que aprovecharlos para averiguar el misterio de la parricida de Lloret del Mar y comprar los más originales adornos de Navidad. A las puertas del Juicio Final, miles de vendedores han instalado sus puestos y centenares de volatineros -periodistas, futbolistas, intelectuales, músicos- echan fuego por la boca, hacen cabriolas y enredan en el aire sus ingeniosos malabares. Lichtenberg, cuyos aforismos Kraus siempre admiró y trató de imitar, escribió uno que decía: “Allí donde la indiferencia es un error, la moderación es un crimen”. A los indiferentes y a los moderados Kraus les advirtió en un simple latigazo de las consecuencias de su actitud: “El que no se rebela contra su propia patria beligerante comete un crimen de alta traición a la humanidad”.

Es la noticia número 11 (o la 12 en jornada de liga) la que requiere toda nuestra atención.

____________

Los últimos días de la humanidad
M. Villanova
Llegir en cas d'incendi,
divendres 31 de desembre de 2010


¿Imaginan un crisol de voces hablando todas a la vez en un intento por justificar lo injustificable?, ¿intentando convencerse y convencer de lo absurdo de una guerra? Desde la prensa de guerra más artificial y sui géneris, hasta las arengas de los poderosos al pueblo llano, pasando por las órdenes que los oficiales al mando de la tropa dan en la retaguardia o entreviendo en el silencio el lamento de unas víctimas ignorantes de su fatalidad, desde ese entresijo de voces, Kraus es capaz de hacernos reír y llorar al mismo tiempo, hacer que reflexionemos con un humor triste y operístico acerca de la irrealidad del individuo dentro de una sociedad apasionada y envilecida. Es realmente asombroso el cariz profético de la obra, ya que el autor muestra con perfecta lucidez el alumbramiento de "la era de la masacre", y del nazismo, mucho antes de que existiera…

Karl Kraus (Austria, 1874-1936) terminó de escribir Los últimos días de la humanidad en 1922, después de estar ocupado en su creación durante casi toda la Primera Guerra Mundial. No hay duda de que nos encontramos ante una obra de teatro irrepresentable hoy día, y en cierta manera también impresentable a ojos de su generación por el valor crítico, cínico e incluso sádico que manifiesta. Quizá la intención de Kraus fue cambiando a lo largo de su creación, pero es indudable que, al igual que todos los estilos literarios que cultivó el maestro austriaco durante su vida quedan plasmados en esta obra de teatro, la autoridad fulminante que despierta su personalidad está tallada a golpes de despropósitos en cada uno de los diálogos, de sus muchos personajes. Se muestra en el libro, al igual que en vida lo hizo con quien le apoyó, inflexible y parcial con el que cree desventurado y débil, pero no hace del humilde un mojigato… más bien lo ensalza en la desidia de la más pura tiranía.

Dicen algunos que leer es un vicio que arruina a la imaginación. Lo decían aquellos grandes locos a los que les gustaba dar de tortas a todo el que no pensara como ellos, aquellos que tenían la ridícula manía de convencer a base de mamporros o vejaciones. Los últimos días de la humanidad es un “rosario” literario al que aferrarse cuando deseemos reírnos de la naturaleza bobalicona e inocente del ser humano, la nuestra, y así escapar de la mediocridad y la miseria intelectual que muchas veces adorna nuestra cotidianidad.

_____________

Karl Kraus
"La tercera noche de Walpurgis" (colección Otras Voces)
"Los últimos días de la humanidad"
(colección Skene)

Anunciador de incendios

Iñaki Urdanibia
Gara (Mugalari),
28 enero 2011

Acostumbraba a decir Karl Kraus- periodista, escritor, autor de teatro, gran conferenciante y fogoso polemista- que "muy pocos sabían evitar hablar de él", y terciaba -otro anunciador de desastres- que Kraus era de los que desde luego no merecía el "homenaje del silencio", y es que desde luego apólogos y críticos no le faltaron: el mismo Walter Benjamin se refería a él diciendo que "se combinaban en su persona el niño y el antropófago", Trakl hablaba del vienés como de "un mago colérico, en cuya armadura azul resuena el ruido de la guerra", o Alban Berg que lo catalogaba como "uno de los artistas más grandes de Austria", y así podríamos seguir hasta el infinito ya que el autor de los libros que tengo en las manos era de los que no dejaba indiferente a nadie, y de los que tampoco se cortaba ni un pelo a la hora de referirse a la "Kakania" de la que hablase su colega Robert Musil.

Apocalipsis dos

El sarcasmo y la sangrante ironía que empleaba, en su quehacer, con maestría el autor de Los últimos días de la humanidad -obra ahora recuperada por la editorial hondarribitarra- en la que venía a representar el ensayo general del Apocalipsis que según su visión se avecinaba, y lo hacía en un panfleto de más de mil páginas por medio del más fiel collage, método al que también recurre en el otro libro que se presenta ahora, al igual que el humor nombrado; no hay más que ver los numerosos entrecomillados. Convertido en un inflexible "guardián del lenguaje" Kraus da un repaso al lenguaje, al uso que de él se hace en aquellos oscuros tiempos, y pone el dedo en los giros que dan algunos periódicos y periodistas-cual derviches alocados- ante la voz de su amo, Goebbels. Pasa lista de bandidos, piratas, amalgamadores, panfletistas, y acomodaticios varios, saboteadores de la verdad, que al final, y al principio, y con el fin de quedar bien ante el poder emergente no hacían otra cosa que meterse con otros entre los que como no podía ser de otro modo se contaba él mismo, junto a los Tucholsky, Brecht, etc. Infumables resultan los postulados exculpatorios de los judíos nacional-alemanes que convertían a los verdugos en santos y a las víctimas en culpables de los desmanes pardos.

          El libro que se inicia con un sorprendente "no se me ocurre nada sobre Hitler", para luego largarse trescientas intensas páginas, escrito el mismo año del ascenso de Hitler al poder, se publicó tras su muerte ya que mientras vivió, y viviese el régimen pardo, no quería que se publicase ya que ello podía suponer ciertos disgustos para algunos de los personajes que aparecen nombrados en el libro, con sus nombres reales. La prensa es repasada, aplicando un ceñido análisis textual los escritores y pensadores de la época, y de tiempos anteriores, que pretenden ser utilizados por el nacionalsocialismo (Heidegger, Nietzsche, Spengler, Kant, Benn...) son objeto de su escrutadora mirada, y ésta se detiene en aquellos que usan de la palabra ”cultura” ciñéndola a lo que conviene, al guión que marcan los ministerios de deformación. "El mundo pasa por la criba del lenguaje" afirmaba Kraus y él no rehuye la tarea de estudiar su uso, y su abuso, y hace bueno aquello que él mismo dijese: "yo no domino más que el lenguaje de los otros, el mío hace de mí lo que quiere", y me explico: no habla de lo que hablan los demás sino que lo muestra recurriendo a sus propias palabras, él -por su parte- se expresa laberíntico en sus escarceos interpretativos y críticos. Y a través de este trabajo que nos planta ante los desplazamientos culturales(ensalzamiento de algunos y ninguneo de otros: Wagner versus Offenbach, por ejemplo) de la época, dispara-es un decir- contra la confluencia entre la barbarie que ya rugía y el kitsch, que viene a ser el retrato mínimo del nacionalsocialismo, "un movimiento cuya naturaleza consiste, en la exclusión del resto, de kitsch y sangre" (y tierra, ergo verdugos y víctimas), y el anuncio del incendio- no en seguimiento de la manida ley de Murphy sino en la senda del rey Lear shakespeareano: "no estamos peor mientras podamos decir que algo es lo peor"- es inequívoco ante la subida del tono- palabras y actos- contra los judíos, los bolcheviques…que ya hacían presagiar la certeza de aquello que dijese Heine: se comienza quemando libros y luego se queman hombres.

 
Y dos

            Si la anterior la escribí en visperas de la segunda guerra mundial, la otra la comenzó en 1915. En esta obra que Kraus pensaba que había de ser representada en un teatro de Marte -quizá para que por allá viesen cómo se las gastaban los civiliados humanos-; el empleo de las citas es abundante y significativo, y lo digo ya que muestra cómo "en este Apocalipsis, por llegar, los discursos mas increíbles han sido pronunciados", y precisamente por medio de estas citas que son reales muestra los fantasmas y las larvas que acompañaban a la vieja Europa hacia la catástrofe (y "mientras la vida muere, los asesinos bailan el tango" poetizaba en su juventud). Como señalase Benjamín, con la sagacidad que le caracterizaba, en Kraus confluían el "destructor del mundo fuera de la Historia" y el "eterno salvador del mundo", y ambos se lanzaban amables miradas que hacen que el desbordante texto en animada conversación muestre esta tensión entre la esperanza y la desesperanza.

          En la brillante traducción de Adan Kovacsics -quien ya había hecho la traducción para Tusquets en la edición de 1991- se presenta este canto fúnebre y humorístico que refleja el instinto de muerte hasta el esperpento; un coro de voces que ponen letra al camino al infierno por el que nos conduce el autor, descenso creado por una sociedad alocada y una Dios ausentado que se desentiende de los que los humanos fraguan. Asoma en los presurosos diálogos de la obra el fin de una época y de todas las cándidas esperanzas profetizadas por el credo ilustrado. La crítica sin piedad se dirige a la bestialidad de los combatientes y a quienes se aprovechan de las circunstancias, para hacer su agosto en la retaguardia.

          Una obra compleja, cuyo barroquismo se introduce por las entretelas de la ruina de la cultura, y la decadencia de cualquier valor que se preciase como humano. Quiso la mala suerte que el bueno de Kraus no llegase a conocer en su increíble y real amplitud los desastres que venía anunciando ya que falleció en 1936 atropellado por una bicicleta…este lúcido profeta del Apocalipsis.

_______________

La clase de la guerra

Rebelion, 27 de febrero 2011
Ramón Pedregal Casanova

“Los últimos días de la Humanidad”, de Karl Kraus, es un señalamiento exacto, una gran burla hecha a la clase de la guerra, es una denuncia incontestable, y una obra literaria de la mayor altura, de las que perduran, una obra construida con el material proporcionado por esa corte de individuos que se representa con la más indigna arrogancia política y el pensamiento servil, una obra para poner en escena. El fruto de la arrogancia política inhumana y del pensamiento servil a tales canallas es el odio hacia los iguales, es la irracionalidad empleada en defender los intereses exclusivos de monarcas, burgueses y servidores, todos los que hicieron, hacen, estallar la guerra para robar las riquezas que no alcanzaban, que no alcanzan.

En la “Nota Previa”, entrada a “Los últimos días de la Humanidad”, se nos dice que Karl Kraus recoge “las voces de la Primera Guerra Mundial,… pues la guerra se dio no solo en los campos de batalla…, sino también, en los sonidos y chirridos del lenguaje en el frente y en la retaguardia”. A. Kovacsics, autor de la “nota Previa” y traductor de la obra, destaca el valor de las jergas y dialectos dentro de lo establecido, del lenguaje popular y el lenguaje normativo, y como el autor se sirve de ello para componer su denuncia, mediante formas teatrales populares, de la barbarie que ocasionaron la aristocracia y la burguesía en defensa de los intereses más miserables. Deja para el final una definición de Kraus que hay que remarcar: “Crítico implacable de la literatura “modernista” de su época”. El modernismo de los años 20 era la expresión de la burguesía para distraer la atención de la realidad, el refinamiento burgués y aristocrático, el clasismo con el que mirar para otro lado y hacer mirar para otro lado a los incautos y aspiradores a un espacio reservado al arte como juego, un arte para no discutir lo que estaban protegiendo, para suspender el pensamiento y apartar la vista de la realidad, de lo que afectaba a los desposeídos, un arte de los poseedores, de los explotadores, un arte para que no se escuche la crítica a la guerra.

Karl Kraus levanta acta de lo dicho por los patanes, aduladores y asesinos en su verborrea gritona de patrioterismo, de su cinismo, desde el más bestia al que pretende aparentar y acentuar esto con refinamiento, voces actuales de su clase y voces de quienes extienden tal suciedad en las conciencias, lacayos de galones y mando sobre tropa, lacayos difusores empleados en papel prensa,… Karl Kraus abrió el espacio a las nuevas formas de teatro, que hoy, acercándonos a los 100 años de distancia de éste genio, bajo el neofascismo, el absolutismo del poder financiero y el secuestro y crimen de los valores sociales hay que recuperar con suma urgencia. Ahora se nos presenta la versión escénica que recoge tanto las palabras que se pronunciaban en la calle como las que se escribían y las que declaraban jerifaltes en ámbitos apartados, todas las que escuchó, leyó o encontró en libros personales o en la prensa, todas las palabras agitadoras de la guerra, vividoras de la guerra, justificadoras de la primera guerra europea en defensa de los intereses de la monarquía.

Este libro es el zapato de los pueblos europeos, el zapato de millones de personas honestas, para lanzar por millones, por todos los millones de personas que murieron y hoy mueren, a los asesinos coronados que las llevaron a cabo y a los que hoy las emprenden. Este libro es el zapato-libro que Karl Kraus nos legó a las gentes que aun somos conscientes, además de ejemplificar una alternativa desde el mundo cultural a la ideología de tales asesinos. Karl Kraus nos advierte que todo lo que dice y tal cual lo dice fue dicho, fue pronunciado y esas palabras fueron la música de la época. “El documento es protagonista”, su valor crece conforme avanza la lectura, y nuestro autor hace una advertencia al final de su Prólogo: “A quien sea demasiado sensible, aunque posea suficiente insensibilidad como para soportar nuestra época, le convendrá mantenerse alejado de éste espectáculo”. Haga un esfuerzo, no siga el dictado de Kraus, léalo y délo a leer.

Algunos párrafos del libro:

“El quinto: ¿No habéis leído el periódico? Mirad lo que pone aquí (saca una hoja del periódico): “Bajo ningún aspecto se to…to…le…lerarán los excesos patrióticos que, además, pueden repercutir negativamente en el turismo.” Porque ¿dónde queréis que se desarrolle luego un turismo si no, dónde? ¿A ver?”

Conversación en la calle:
“”El sexto: ¡Bravo! ¡Tiene toda la razón! Promover el turismo no es moco de pavo, no señor…
El séptimo: ¡Cierra el pico!
El octavo: Así es. ¡Que esto es una guerra, y no estamos pa bromas!”

Encuentro de siquiatras para analizar a un pacifista preso. Imponen la consideración de loco a quien no obedece:
“El profesor Boas: …; ahora, (en la guerra) bajo el peso de las privaciones, millones de personas han vuelto a encontrar el camino hacia la naturaleza y hacia una forma de vida sencilla… Nuestra población es ahora más sana a pesar de la desnutrición. El veneno del pacifismo ha penetrado ya incluso en los cerebros sanos, y el exagerado idealismo de los detractores de la guerra alienta a los bragazas y emboscados a adoptar lo que constituye el peor de los males padecidos por el pueblo alemán. Éste hombre… llamó la atención de los círculos más altos al punto de que una personalidad que todos nosotros veneramos (los asistentes se levantan)… nuestro príncipe heredero, manifestó que había que darle un buen tortazo a éste tío. --- A nosotros, señores, nos corresponde… encomendarlo a las instancias competentes en lo criminal. (Abre la puerta y grita): ¡Policía!”

Ensalzan el bestialismo y ridiculizan el humanismo; un médico militar ante una sala atestada de heridos si dirige al médico que allí asiste:
“Ahora hay guerra y el supremo deber de la profesión médica consiste en dar buen ejemplo e ir suministrando material humano. …Como colega intento hacerle entender que el lugar ideal para un inútil es la trinchera,… El nefrítico aquel… El tío sólo tiene que disparar sus cincuenta balas, ¡luego puede palmarla si quiere! El servicio de Su Majestad…”
La burguesía no va a la guerra; un médico militar: “¡Caray! Mira… a ese lo libre ayer del servicio activo. Y hoy ya esta de juerga. … ojala tuviera yo en billetes de diez lo que su viejo en billetes de mil”

Entre la documentación dialogada, Kraus aporta conversaciones que ya saben que la primera guerra va a dar al poco en la segunda y cómo ven en las dos el negocio. El cinismo lo congela todo, los que más alientan a la guerra son los que no van y se aprovechan de ella. Se trasluce la caída de la moneda, la crisis bancaria, la eclosión social, el camino seguido, se vuelca la defensa y promoción de la guerra por parte de la iglesia, “por la patria y por el negocio” dicen entre ellos brindando, “gandules”, insultan a los heridos. Y cómo no, el machismo expresado por la burguesía; las mujeres burguesas discursean en una asamblea troperil: “a nosotras las mujeres nos gusta mezclar sonrisas con lágrimas y hasta en el dolor sentimos la necesidad de ser guapas. … me gustaría proponer que se libere de sus labores a las empleadas de hogar alemanas con el fin de aumentar el número de combatientes… todas las jóvenes y mujeres devolverán muy gustosas los puestos de trabajo ocupados durante la guerra a los heroicos combatientes que vuelvan… Sólo se recurrirá a la mano de obra femenina cuando no haya suficientes hombres”.

Conversación entre maridos y esposas de la clase burguesa: “¿Qué, Elsita? Contenta de que tu maridito no tenga que defender la patria, ¿eh?”.

Conversación entre mandos militares: “… lo que el ejército debe a una información de guerra bien uniformada… ¿Qué carajo quiere la gente? ¿vivir eternamente? No es el momento, señores, para apasionarse por una nimiedad así… ¡Si de mí dependiera ¡la censura debería dar un ejemplo y ahorcar a toda esa gentuza! (gritos de ¡bravo!) Viva Su Majestad…”

Finalmente veremos como los cementerios se han convertido al final de la guerra en una atracción turística. El negocio de la guerra para la clase de la guerra.

Karl Kraus recitó fragmentos de su obra pero no permitió su representación abreviada más que en 1928: “…hay que leer y no oír cuanto está escrito”. Nada mejor, nada más sabio.

*Ramón Pedregal Casanova es autor de “Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios”, editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria ()