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COLECCIÓN PENSAR

16

"El naufragio del Hombre"

Santiago Alba Rico / Carlos Fernández Liria
 

Una madre tarda nueve meses en gestar un niño; un enamorado tarda años en explorar el cuerpo de la amada; un poeta tarda décadas en gestar una metáfora; un pueblo tarda siglos en construir una historia; y un dios cualquiera tarda milenios en construir un mundo. Destruir una manzana con los dientes es muy agradable, sobre todo cuando se hace en compañía; pero destruir en solitario la ropa, los electrodomésticos, las casas -cada vez más deprisa, cada vez más deprisa, como demanda el mercado- no produce placer: produce sólo hambre. El hambre es incompatible con la civilización. Es incompatible con la humanidad. Es el naufragio del Hombre. Bueno, ¿y qué? ¿Y qué si el Hombre es una antigualla?¿Y qué si de todos modos seguimos teniendo Historia y Sociedad? Pero si el Hombre caduca, ¿qué hay más allá de él? ¿Qué se anuncia más allá de lo humano? La razón ilustrada había prometido la ciudadanía universal: la igualdad, la libertad, la fraternidad. Pero es el capitalismo, y no la ilustración, el que ha dejado al Hombre a sus espaldas para instalar los cuerpos en una realidad post-humana. Ahora son los propios seres humanos los que corren detrás de la Historia, con la lengua fuera. Y cuando logran alcanzarla, de ellos sólo queda su pellejo o, aún peor, su imagen: por el camino han dejado sus ritos, sus dioses, sus ancestros, sus lazos tribales, sus densidades culturales, incluso su sexo o su edad. En su lugar encuentran la proletarización de los trabajos y los placeres y la amenaza de la destrucción planetaria.

Nº de páginas: 178
PVP: 17  ¬

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Carlos Fernández Liria (Zaragoza, 1959)
es Profesor de Filosofía de la UCM. Es autor de los libros Geometría y Tragedia. El uso público de la palabra en la sociedad moderna (Hiru, 2002), El materialismo (Síntesis, 1998), Sin vigilancia y sin castigo. Una discusión con Michel Foucault (Libertarias, 1992). También es coautor de Educación para la ciudadanía. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho (Akal, 2007) y un libro de texto para 4º de la ESO titulado Etica Cívica (Akal, 2008). Junto con Luis Alegre, ha publicado Comprender Venezuela, pensar la democracia (Hiru, 2006) y Periodismo y Crimen. El caso Venezuela 11-04-02 (Hiru, 2002). Con Santiago Alba Rico es coautor de los libros Cuba 2005 (Hiru, 2005), Cuba: la Ilustración y el socialismo (La Habana, 2005) y los libros Dejar de pensar (Akal, 1986) y Volver a pensar. Una propuesta socrática a los intelectuales españoles (Akal, 1989). Es colaborador habitual de las revistas Viento Sur, Logos, Archipiélago, El Viejo Topo, y del diario Público. Próximamente publicará, junto a Luis Alegre, un estudio sobre Marx titulado El orden de “El Capital” (Akal). Durante los años ochenta, fue guionista programa de televisión La Bola de cristal (TVE-1).

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1984 y 1991 fue guionista de tres programas de televisión española (La Bola de Cristal entre ellos). Entre sus obras, se cuentan los ensayos Dejar de pensar y Volver a pensar, escritos con Carlos Fernández Liria, Las reglas del caos (finalista del premio Anagrama 1995), La ciudad intangible, El islam jacobino, Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos (Hiru), Leer con niños y Capitalismo y nihilismo, así como dos antologías de sus guiones: Viva el Mal, viva el Capital y Viva la CIA, viva la economía. Es también autor de un relato para niños de título El mundo incompleto y ha colaborado en numerosas obras colectivas de análisis político (el 11-S, el 11-M, Cuba, Venezuela, Iraq, etc.). Desde 1988 vive en el mundo árabe, habiendo traducido al castellano al poeta egipcio Naguib Surur y al novelista iraquí Mohammed Jydair. En los últimos años viene colaborando en numerosos medios (Rebelión, Archipiélago, Ladinamo, Diagonal etc.). Ha publicado junto a Pascual Serrano el libro Medios violentos (palabras e imágenes para la guerra), y en colaboración con Carlos Fernández Liria Cuba; la ilustración y el socialismo.

Comentarios

Las últimas armas para salir a flote

Javier Mestre

Rebelión, 12 marzo 2010

Creo yo que casi sin darse cuenta, Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico han compuesto un libro que da la razón a uno de los argumentos que le he escuchado a Carlos a menudo en las discusiones sobre el papel de la pedagogía en la enseñanza: cuanto mejor se domina un concepto, una disciplina, mejor se explica. Esto es lo que les ha pasado a estos dos autores en su no por breve menos intensa e interesante obra publicada hace poco por la editorial Hiru de Ondarribia (Guipúzcoa): “El naufragio del hombre”.

El libro está compuesto de dos ensayos, uno por autor, que giran una vez más alrededor de los núcleos esenciales del pensamiento que vienen desarrollando desde hace ya (¡Dios, cómo pasa el tiempo!) por lo menos veinte años. El discurso afinado, comprensible, impactante que se halla en este volumen que acaba de ver la luz es, en contra de las apariencias, producto de una espaciada maceración de varios libros que ambos autores han publicado por separado, y de un diálogo ininterrumpido en los intersticios que permiten dos biografías caracterizadas por un activo compromiso con su ideario, además de con su vida indígena.

El trabajo de Santiago Alba, titulado “Los abismos de la normalidad”, es una compilación de artículos en los que se reconocen sus colaboraciones periódicas en la revista cubana “La calle del medio”, puntualmente reproducidas por Rebelión.org. El hecho de arreglar todos esos textos en un solo ensayo les da, sin embargo, una dimensión literaria y pedagógica sobresaliente. Podríamos decir que este Santiago Alba está ya mucho más cerca de, por ejemplo, Eduardo Galeano, o de la profesión de escritor que luce cada vez que firma un manifiesto, que del autor de “Las reglas del caos”, publicado en Anagrama en 1995. En el ensayo que nos ocupa, estira de las neuronas del lector con agudas paradojas y datos impresionantes que dotan de un aire extraordinario de irrefutabilidad a los pensamientos que el receptor atento no tiene más remedio que acabar pensando mal que le pese. Porque número a número, las conclusiones no pueden ser más inquietantes y afectan a las volátiles anclas antropológicas en las que, todavía y sin más remedio, reposa nuestra normalidad culpable, insensata y frágil en medio del desastre. La colección de anécdotas cruciales que van desde el mundo del fútbol al de los compulsivos pobladores del libro de los récords, de la apología del aburrimiento al elogio del apagón, de la crítica del confort nihilista hasta la añoranza permanente de la humana lentitud, nos saca de contexto para hacernos ver la naturaleza hambrienta, antiantropológica, del capitalismo desde el lugar vacío de la razón al tiempo que desde el ya anacrónico sentido común de los hombres neolíticos, anteriores a la proletarización.

Las bases ineludibles para rehacer el programa político de la izquierda

Sin embargo, el volumen conjunto lleva el mismo título que el ensayo de Carlos Fernández Liria. Alba Rico excita la imaginación y moviliza el pensamiento, nos engancha literariamente para dejar paso al profesor de Filosofía que sabe, vaya si sabe, explicar muy bien lo que necesita explicar... entre otras cosas porque lo va sabiendo muy bien, está muy trabajado el aparato conceptual y ya va tomando la forma de verdades de manual aunque ni por asomo se hayan repetido lo suficiente. Haciendo referencia permanente a los trabajos de su compañero de libro y de andanzas, Fernández Liria pone las cosas en su sitio para empezar a construir de una vez por todas el programa político de la revolución socialista, imprescindible pero que necesita entrar en la liza pública rearmándose de los argumentos que el enemigo lleva demasiado tiempo usurpando a cuenta de los crímenes y errores cometidos en nombre de un comunismo muy mal entendido. Puede parecer una tontería, pero en ochenta páginas el profesor da una lección ineludible que resuelve las trampas ideológicas que flotan alrededor del conflicto entre tradición y derecho, establece básicamente en qué debe consistir la revolución que la humanidad necesita para que el capitalismo no nos termine de mandar a todos a la mierda, dice qué es lo que hay efectivamente que revolucionar y qué es lo que hay que conservar o reformar, y da las pistas para armar un discurso con la fuerza necesaria para que esté operativo en un futuro inmediato y permita dar la batalla que hay que dar, y no otra.

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Por qué estamos peor que nunca
Pascual Serrano
Rebelión, 07-04-2010
 

Tras varias publicaciones conjuntas (Dejar de pensar, Volver a pensar, Cuba 2005), el tándem Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria vuelve a reunirse en un libro que aborda nada menos que el futuro del hombre y la viabilidad del capitalismo.
Existen muchas obras que intentan describir la criminalidad del capitalismo, pero la primera parte de este libro, la que corresponde a Alba Rico, nos describe esa criminalidad desde la ética y los valores.
La tesis de Alba Rico es que el capitalismo ha llevado al hambre a todos los humanos del planeta: “Está el hambre de los que no tienen nada y el hambre de los que nunca tienen suficiente; el hambre de los que quieren algo y el hambre de los que quieren más: más carne, más petróleo, más automóviles, más teléfonos móviles, más imágenes, más juguetes y -también- una moralidad superior”. Esta tesis es posteriormente analizada por Fernández Liria para llegar a la conclusión de que las sociedades ricas han involucionado hacia antes del neolítico, puesto que “una sociedad que gasta todas sus energías en reproducirse ampliamente hasta el infinito es una sociedad tan primitiva (desde un punto de vista antropológico) como una sociedad que gasta todas sus energías en la pura subsistencia”. Si nos paramos un momento a pensar, comprobaremos que nuestro ritmo enloquecido de vida, de trabajo, de consumo, de acaparamiento de productos materiales, es el motivo por el que nuestro sistema democrático se encuentra inmovilizado y desactivado. Para poder desenvolvernos en una verdadera democracia el ciudadano debería tener tiempo, fuerzas y disposición para conocer las diferentes propuestas políticas, seguir de cerca la actividad de sus representantes, participar lo más posible en la vida política de su comunidad, esforzarse en conocer la información necesaria de los acontecimientos, tomar parte en las decisiones de su centro de trabajo, formarse cultural e intelectualmente y debatir sobre la realidad con sus iguales. El capitalismo, con su mecanismo para generar hambre compulsiva y la necesidad de trabajar desenfrenadamente para satisfacer esa hambre, impide que podamos desarrollar esas facetas imprescindibles para una democracia. Todas esas libertades y derechos conquistados desde la Ilustración se han ido por el desagüe, se han convertido en papel mojado, en mera coartada para que el sistema se legitime. Paradójicamente, el hombre moderno de los países ricos tiene más complicado reunirse para organizarse y movilizarse políticamente que el que sufría la represión bajo dictaduras. Estoy convencido de que había más reuniones políticas clandestinas durante el franquismo que hoy en libertad bajo el desenfreno capitalista. Como dice Alba, el “hambre” del capitalismo moderno hace imposible la conciencia, la resistencia y la solidaridad”. Esta tesis, y otras de similar contundencia, son las que los Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria desarrollan a lo largo de El naufragio del hombre.
Es de agradecer encontrar juntos a los dos autores. Si bien es verdad que ambos cuentan con una valiosa obra individual, la sinergia de su encuentro no suma, sino que multiplica la lucidez de sus ensayos. De manera que, sin menospreciarlos por separado, pudiera aplicarse aquel eslogan del programa La bola de cristal, del que eran guionistas: “Solo no puedo, con amigos sí”. Por cierto, valdría la pena comparar las mentes de estos guionistas de programas de televisión infantiles de los años ochenta con los encargados ahora de la programación infantil.

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Prometeo y Frankenstein 

Iñaki URDANIBIA
Gara
, 9 abril 2010

Vaya de entrada –y no me corto ni un pelo en decirlo– que estamos ante un libro de gran interés, yo diría que necesario para cualquiera que esté un poco, o mucho, hasta el moño de cómo funciona este reino de la estupidez que padecemos a escala planetaria; incluso a los que no estén mayormente convencidos no les vendría mal, si lo leyesen con la mente abierta y con unos gramos de honradez. Los dos ensayos que componen el librito –lo digo por el tamaño en que presenta sus obras la editorial hondarribitarra– están escritos con una innegable inteligencia y se entrelazan, en concreto el segundo, el debido a Carlos Fernández Liria, que se apoya, glosa y recurre al de Santiago Alba, más bien al quehacer de éste en sus diferentes obras. En ‘Los abismos de la normalidad’ –que es el primer ensayo del libro–, Alba nos enfrenta a un cúmulo de estupideces que conforman la vida de los humanos occidentales, con su abundancia asegurada en todos los terrenos, abundancia que parece hacer agua por todos los costados si la medimos en el terreno de la racionalidad. A pesar de no haber caído de un pino, resultan chocantes ad abusum las anécdotas significativas que pone sobre la hoja Alba, referidas al hambre, al consumo, a la tecnología que todo lo invade, a las guerras exportadas incluyendo la imposición del modelo de vida («el mejor siempre será el equipo local »,que cantaban los chicos de Decibelios),al hambre provocado; a las idioteces mil que son alabadas en este mundo feliz, el mejor de los posibles, en el que se compran a precios millonarios los excrementos de famosos deportistas, artistas, o ...lo que sea,,en una acelerada carrera de récords en/de la estulticia. El desfile que pasa ante nuestros ojos resulta apabullante hasta el límite de sentir –si el lector tiene la suficiente sensibilidad– vergüenza de ser hombre ante el espectáculo de una época terrible «en la que los idiotas conducen a los ciegos» ((William Shakespeare). Quede claro, no obstante, que Alba no se limita a hacer pasar ante nuestros atónitos ojillos el muestrario de la estupidez humana (por no utilizar algún término más fuerte),sino que lo relaciona con el funcionamiento del sistema capitalista, su expresión colonialista, etnocéntrica, etc.;y ahí reside la sagacidad de la mirada del madrileño, que funciona conectando hábilmente unas cosas con otras, en la misma onda señalada por Aristóteles como propia de los filósofos: saber utilizar las metáforas pertinentes, o buscar los enlaces adecuados entre cosas dispares. Moviéndose en un plano, digamos que más académico (¡con perdón!), Carlos Fernández Liria incide en el «naufragio de la antropología» al que asistimos: así como la historia o la sociología parecen flotar en los revueltos mares del hoy, la crisis de esa cosa llamada hombre parece que hace que la disciplina nombrada haya entrado en un impasse duro. Recorre el autor los intentos de poner el reloj a cero –logrando la mayoría de edad – por parte de la ilustración (Kant),el salto hacia delante de Nietzsche con su idea del superhombre, o los fracasados empeños en crear un hombre nuevo por parte de los experimentos fascistas y socialistas. Como ya queda dicho, aprovechando las posturas de Alba, sobre el “indigenismo” y/o el “neolítico perdido”, y apoyándose en Lévi-Strauss, Anders, Stiegler y otros, da un repaso que señala la imposibilidad de dar marcha atrás ante la difícil tarea de dominar el bicho que el propio hombre ha creado, aunque sí apunta a la conveniencia de tomar un descanso. Es obvio que resumo hasta el exceso (y que se me perdone si éste resulta abusivo, pero es que el espacio impera), mas las intervenciones presentadas siguen el balanceo de los humanos entre el impulso prometeico que les impulsa a más y la revuelta de sus propias creaciones que no le obedecen, le superan y, resultándole indomables, hacen que desborden a sus propios creadores.
Retrato implacable de estas sociedades de control –de las que hablase Deleuze–, en las que crece la miseria simbólica, impulsada por la hiperindustrialización que abarca ya hasta el campo de las ideas, y ante las que parece que lo más pertinente puede resultar lo sugerido por el filósofo recién citado:«no hay lugar para temer o esperar, sino para buscar nuevas armas».Con este libro, Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria nos brindan las suyas con potentes argumentaciones.

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Sobre el libro “El Naufragio del Hombre”

Manuel M. Navarrete
Rebelión, 9 abril 2010

Hace unos años, en una casa okupa, alguien me pasó un libro de un filósofo llamado Santiago Alba Rico. Me quedé tan impresionado, que busqué más obras suyas; entonces descubrí que tenía libros a medias con un tal Carlos Fernández Liria. De modo que empecé a leer también las obras de este profesor; y entonces descubrí que Fernández Liria tenía libros a medias con un tal Luis Alegre Zahonero, y… bueno, ya se imaginan.
Ahora, que he tenido el privilegio… no ya de conocer a estos tres autores o de participar con ellos en algunos libros conjuntos, sino el privilegio, aún mayor, de poder saborear sus obras, se me viene a la cabeza la importancia de la Filosofía. Porque, no, la Filosofía no es escribir un galimatías abstracto con las palabras más raras que se te ocurran; tampoco es lo mismo que hacer poesía para que cada cual entienda lo que le parezca. La Filosofía, muy al contrario, tiene un papel que jugar y nos arma para la lucha.
Acabo de leer la última obra de Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria (El Naufragio del Hombre, Hiru, 2010), que me parece casi imprescindible para quienes aspiran (para quienes aspiramos) a comprender este mundo o, mejor dicho, a destruirlo y edificar uno diferente.
Nuestros filósofos trazan un cuadro de la sociedad moderna, la sociedad del nihilismo, del vacío; una sociedad en la que un joven estadounidense bate el récord mundial de perritos calientes engullidos en 12 minutos (66), mientras, en esos mismos 12 minutos, 3.600 hombres, mujeres y niños mueren de hambre en el mundo. Pero no basta con esto. Si hablamos del hambre, hay que hablar de la mayor voracidad, la del Primer Mundo: no podemos parar de consumir, de tirar las cosas mientras aún funcionan. En España hay 42 millones de personas y 50 millones de móviles. Nos admiramos del viaje de Ulises, pero cuando 175 millones de heroicos Ulises viajan y atraviesan mares y desiertos para enviar algo de dinero a sus familias, los encerramos en un Centro de Internamiento para Extranjeros. Este verano, 300 personas se concentraban en Madrid contra la trágica situación en Palestina; en esos mismos días, 100.000 acudían a la presentación de Cristiano Ronaldo.
Ese es nuestro mundo: el naufragio del Hombre. Pero ¿qué podemos entresacar, abstraer, analizar debajo los datos? Que en este mundo existen tres clases de bienes: los universales, que sencillamente están ahí y no necesitamos poseer de manera individual (como el Sol o el Everest o la Capilla Sixtina); los generales, que, en cambio, es necesario generalizar para que el mundo marche bien (no basta con que el Príncipe tenga pan, vivienda, agua, medicinas… ), y los colectivos (como los medios de producción), que es necesario compartir y que no pueden ser privatizados, ya que, por mecanismos estructurales inflexibles, hacerlo deja sin bienes generales a millones de seres humanos.
En este panorama, nos dicen nuestros filósofos, sólo podemos ser revolucionarios en lo económico, reformistas en lo político y precavidos en lo antropológico. Hay que acabar con la irracionalidad de unos medios de producción privados, que implican una distribución irracional y letal de los bienes generales, y colectivizarlos, por medios revolucionarios y armados si es necesario. Pero, en cambio, no hay por qué renunciar al caudal político de la Ilustración ni entregárselo al enemigo. El marxismo debió declararse en su día digno sucesor de esa Ilustración que fue derrotada por el capitalismo, en lugar de aceptar que el liberalismo era efectivamente el heredero político de dicha tradición. De igual modo que jamás les entregamos la noción de “democracia”, por más que intentaran e intenten apropiársela, tampoco debimos entregarles las nociones de Ilustración, Ciudadanía o Estado de Derecho. Desde luego, bajo condiciones capitalistas, la República no es más que una pura estafa, como prueba el hecho de que el Parlamento esté tan estrechamente sometido al capital, que, cada vez que ha tratado de legislar en una línea diferente, haya sido destruido por un golpe de Estado; pero, bajo el socialismo, es decir, sin estar maniatado por las decisiones previas del capital, este entramado institucional cobraría un cariz diferente. El liberalismo hizo lo mismo que el Imperio Romano: extender la “ciudadanía” formal y vaciarla de contenido, gracias a dos ficciones iniciales: la primera considerar propietario al que sólo posee su “fuerza de trabajo” (su pellejo, si hablamos en plata), y la segunda vaciar de universalidad el concepto de ciudadanía, comenzando a hablar de “ciudadano español” o “ciudadano francés”, como algo contrapuesto a, por ejemplo, un “ciudadano senegalés” o “marroquí”. Dos ficciones que un ilustrado como Kant, por ejemplo, jamás habría aceptado. Es normal; en realidad, las ideas dominantes nunca son directamente las de la clase dominante, sino que ésta incorpora algunos motivos y aspiraciones de los oprimidos (por ejemplo, el cristianismo bajo el Imperio Romano) para rearticularlos de modo que sean compatibles con las relaciones de poder existentes, como recomendaría sabiamente Maquiavelo. Por eso también hay que saber ser conservadores, porque sólo se puede luchar cuando tenemos algo que conservar, conservar la propia humanidad del Hombre que naufraga (eso sí, suprimiendo todo cuanto sea preciso suprimir en todas las esferas: por ejemplo el patriarcado).
Por supuesto (¿para qué están si no los filósofos?), todo esto choca frontalmente con la forma habitual de concebir las tácticas transformadoras de la realidad. Recordemos, si no, las palabras de Lenin en contra del renegado Kautsky. O, más actualmente, las críticas de John Brown a sendos artículos de Fernández Liria y Luis Alegre en Viento Sur. O las críticas de Nestor Kohan al iusnaturalismo. O las ideas del filósofo Slovaj Zizek en En defensa de la intolerancia, donde considera los “derechos humanos” y la “democracia” como una simple ficción ideológica inherente al mercado.
Una cosa está clara: se podrá estar de acuerdo con sus ideas, se podrá no estarlo, pero estos autores están pensando su realidad. Lo cual es muy necesario, máxime teniendo en cuenta que el socialismo, a pesar de sus éxitos reivindicables, resultó ser un fracaso, ya que no logramos articular los mecanismos de participación popular necesarios. El marxismo debe dejar de mirar hacia atrás; debe pensar su realidad, pensar qué socialismo desea y puede llevar a cabo, cómo organizarlo, qué mecanismos de participación generar; el marxismo debe dejar de recordar qué dijeron otros: debe decir.
¿Pluripartidismo? ¿Y por qué tienen que ser los partidos los transmisores de la voluntad popular? ¿No nos recordaba Simone Weil que los partidos son simiente de dinámicas de burocratización, corrupción y financiación externa? ¿No proponía Tomás Moro en su Utopía un sistema de compromisarios elegidos a título individual, que, aunque tosco, puede ser inspirador y susceptible de ser desarrollado? ¿No es la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, elegida periódicamente por sufragio universal, un buen ejemplo de que hay un modo de Parlamentarismo más democrático, real y justo que esa ficción secuestrada que nos ofrece el liberalismo?
Pero sigamos reflexionando, planteándonos nuestros propios dogmas: ¿qué se esconde bajo el orden de los capítulos de El Capital? ¿Por qué en la sección primera se habla únicamente de intercambio de mercancías equivalentes, mientras que más adelante, al adentrarnos en la esfera productiva, nos encontramos sujetos que ya no son dueños de lo que producen, ni libres, ni iguales? ¿Es que Marx se va dando cuenta de la alucinación ideológica que es preciso poner en juego para deducir el orden capitalista como consecuencia necesaria de la libertad para comprar y vender mercancías, es decir, de considerar que vender fuerza de trabajo es, efectivamente, una operación equiparable a comprarla?
Para quienes deseen encontrar respuestas sugerentes a estas y muchas otras cuestiones; para quienes necesiten pensar rigurosamente cómo podemos incidir sobre la realidad, cómo podemos arrodillar al rascacielos que se erige sobre la favela desnuda, recomiendo la lectura de las obras de estos creativos pensadores. Y no se me ocurre manera mejor de empezar que leyendo este libro pequeño y genial, El Naufragio del Hombre, que ve la luz además en la editorial Hiru, fundada por Alfonso Sastre y Eva Forest, esos dos militantes incorregibles que se empeñaron en recordarnos el significado de la dignidad.